Hoy hace un año que murió mi madre.
No es un día triste. Para mí (creo que para mi hermano Sergio también) su muerte supuso en realidad su recuperación. Me permitió volver a ver en mis pensamientos a mi madre, a la de verdad, esa persona especial que mi hijo Matías reflejó tan bien en este cuento escrito justamente hace un año.
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Mi abuela es un hada casi mágica y azul celeste.
Cuando era niño tenía un sueño recurrente: soñaba que ya eran las vacaciones y estaba otra vez en Marruecos en casa de mi abuela. Porque mi abuela -propio de hada- no vivía con nosotros en España sino en un país especial, Marruecos, lejano y exótico y oriental, y para llegar al cual, mi pequeña familia tenía que hacer peripecias con cochecitos enanos y barcos gigantes que tragaban cochecitos enanos y que nos llevaban hasta otro continente.
Así que cuando estaba de vuelta en mi país y mi abuela estaba en el suyo, yo tenía este sueño. Y a fuerza de soñarlo, el sueño quedó tan grabado en mí que a veces hasta sueño que lo sueño de nuevo. Sueño original y sueño de sueño fundidos en uno.
¿Y qué soñaba? Simplemente lo más sencillo y lo más feliz: simplemente soñaba que estaba con mi abuela otra vez, y que ella, con su bata azul celeste, se daba la vuelta y, al verme, se agachaba hasta mi altura para abrazarme. Lo soñaba como ahora lo sigo soñando -hoy se ha muerto- y lo seguiré soñando siempre.
Mi abuela es un hada mágica y azul.
Aquellas mañanas tempranas, transparentes de infancia, atravesando el larguísimo pasillo de la casa de mi abuela. Todos durmiendo todavía. Pero daba igual, porque mi abuela siempre estaba dispuesta a despertarse para acogernos -a mí o a mi hermanito- en su grandísima cama mágica. Mi abuelo también dormía allí, y era el mejor abuelo querido, pero no era mágico como mi abuela.
Mi abuela era mágica y hacía magia de hada querida.
Mi abuela abría todas las puertas gracias a su sonrisa especial. Y todo era fácil y bello al lado de mi abuela y nos llevaba en coche y conducía con elegancia y compraba con elegancia y saludaba con elegancia.
Era una abuela joven y guapa y esbelta y bien vestida y chic. Que nadaba y jugaba a la pelota. Era una abuela Jackie Kennedy si Jackie Kennedy además de haber sido elegante y divina hubiera sido también buena y cariñosa.

“¿A quién quiero yo más que a nadie?” te decía. “¿Quién te quiere más que nadie?” te decía.
“Te quiero mucho…” te decía, para que tú completaras: “Como la trucha al trucho!!!”.
Te bajabas del barco, y la veías a lo lejos, recién bajada de su coche chulo en el que venía a esperarnos, y ella te veía también y abría sus brazos, y tú abrías los tuyos, y sólo podías salir corriendo con los brazos abiertos, disparado a por ella, a arrojarte a su abrazo de abuela querida hada mágica.
“Coscas-colas” decía, en vez de “coca-colas”; todos tenemos que tener algún defecto y ella, aunque era mágicamente perfecta, tenía este. Supongo que no se le puede pedir a alguien que ha nacido en 1927 y que fue una de las primeras mujeres con coche en su ciudad que además de todo encima sepa hacer bien el plural de la coca-cola.
Así que coscas-colas, y petis-suis de fresa, y chocolate nestlé con un gran vaso de leche en cada tableta, y mil y una golosinas que las madres y los padres no dejan comer pero que las abuelas mágicas sí. Y además hacía tartas de manzana, y tartas mágicamente borrachas, y te llevaba con ella a la compra y todo el mundo la saludaba con fruición -porque claro, ¿quién se privaría de saludar a un hada?-.
Siempre me acordaré -¿será también lo último que recuerde un día en mi propio lecho de muerte?- de aquella mañana vivida y luego soñada y ahora recordada a través de los velos traslúcidos de esos sueños y resueños, aquella mañana en que me desperté como tantas otras para ir a despertar a mi abuela el hada, pero ella esta vez ya estaba levantada y ya se había puesto su bata azul que tenía almohadillas en la tela. Azul celeste, almohadillas en forma de rombos. Así que cuando fui a buscarla, allí estaba ella, saliendo mágicamente de una puerta, la luz de cristal de la mañana temprana detrás de ella, su brillo de hada multiplicado por la luz todo alrededor, el celeste mágico de su bata fundido con la mañana clara, y me dice, “¿Ya te has despertado mi niño?” y me lanzo a las faldas de su bata de hada azul y me rodea con sus brazos de hada querida, hada azul, mi abuela.
Milagros siempre estará con nosotros. Dentro de nosotros.
La verdad, es que sí, era mágica. Una madre mágica para dos despistados que llegaron a su país y los acogió.
Su varita mágica era ella misma, con su aura en la que se mezclaban los colores de su amor y el brillo de su alegría de vivir.
Milagros. Nunca te olvidaremos. Seras con nosotros para siempre. Bravo Matías por tu texto maravilloso.
Precioso, emocionante. Es una inmensa suerte haber tenido a alguien así en tu vida.
Que magnifico texto hasta he tenido lagrimas. Milagros estara siempre en nuestro corazon. Una hada magica. ❤❤
Gracias, Zineb, nos llena el corazón todas las palabras que hemos recibido en recuerdo de mi madre.