Llegamos al final de julio, y aunque normalidad tenemos poca, quienes hemos estado teletrabajando durante los últimos meses necesitamos imperiosamente un descanso.
Así que dejaré de publicar por algún tiempo, para así tomar fuerzas y seguir adelante con esta historia de la familia que poco a poco va camino del culebrón.
Para terminar la temporada, después de la boda de mi tío Federico, como un recuerdo tira de otro, me ha venido como continuación casi necesaria el recuerdo de otra boda, la de Manolo Maroto, uno de los primos de mi madre, y Encarna.

Fue poco después de la boda de Federico, a finales de los sesenta. En esta ocasión sólo acudió mi tía Julia, pero se lo pasó tan bien y nos contó tantas anécdotas, que la boda de Encarna y Manolo también quedó como algo que salía a menudo en las conversaciones de la familia.
La boda fue en Albanchez, un pueblo de Almería, en el Valle del Almanzora. Si me pongo a recordar, lo que la tía Julia contaba era poco glamouroso: que las casas no tenían agua corriente ni retrete, que las calles estaban sin asfaltar, y así todo lo demás.
Pero a pesar de ello mi tía Julia volvió fascinada. Creo que fue el impacto de un viaje a la España rural, a la España profunda, un mundo que mi familia casi no había conocido, pues desde que mi abuela salió en 1909 de su pueblo y mi padre del suyo en 1940 o 41, nadie había vuelto a un pueblo, todas nuestras visitas a España se hacían siempre a ciudades, ciudades grandes en que se habían instalado a la vuelta de Marruecos tanto nuestros familiares como las fuertes amistades de Tetuán.
Y por eso el mito, “la boda de Encarna y Manolo en Albanchez”. Tal era la leyenda que más de treinta años después, en 2004, aunque mi hermano Sergio y yo siempre hemos sido poco dados a los saraos familiares, aceptamos sin dudarlo la invitación de la tía Encarna a la boda de su hija que se iba a celebrar en … ¡Albanchez!
Y hacia allí nos encaminamos, dispuestos a revivir treinta años después aquella película que la tía Julia nos había contado tantas veces y conocer por fin aquel pueblo que fue nombrado y renombrado.

Yo hice el viaje desde Granada con mi madre, autovía del 92, Guadix, Baza, y luego dirección a Huércal Overa. Y en un momento dado un cartel señalando el desvío a Albanchez.
Mi tía Julia nos había contado tantas veces cómo la hilera de tres o cuatro coches en los que viajaba la familia desde Madrid había ido levantando una polvareda que casi impedía ver la carretera. Me dispuse a seguir aquel camino de cabras.
¡Qué tonta! A partir del desvío la carretera era perfecta, mejor que la general: un firme liso, unas líneas perfectamente marcadas. En fin, el sueño de cualquier coche.
Así fue todo el viaje, de sorpresa en sorpresa. La vieja posada del pueblo, ahora la casa de mi tía Encarna, estaba reformada y convertida en una casa moderna y confortable. En todo el pueblo no sólo había agua corriente, por supuesto, sino incluso un hotel con piscina.
Por haber había hasta una colonia de ingleses que convivían pacíficamente con la población autóctona. Y, por supuesto, un montón de hijos e hijas del pueblo que, como mi tía Encarna, habían salido de allí hacia la gran ciudad pero que ahora volvían sin falta todos los veranos para disfrutar del pueblo y de los amigos de toda la vida.
Nada en definitiva que no ocurra en todos los pueblos de Andalucía, pero que para mi familia seguía siendo una novedad, como a finales de los sesenta lo había sido conocer un pueblo de los de entonces.
Pero el detalle que más me llamó la atención fue la actuación del cura. El pobre debía estar cansado de que la asistencia a las bodas ya no conociese o recordase de la liturgia. Y por eso debió decidir que tenía que asumir el papel de director de orquesta. Y, subiendo las manos y luego bajándolas, conminaba al público con unos “ahora nos levantamos” y “ahora nos sentamos” que iban ritmando la misa.
Una imagen impagable de cómo España (y no sólo los pueblos andaluces) había cambiado en poco más de treinta años.
Milagros, este verano sigue despejando la mente para que en otoño sigamos disfrutando de las aventuras de tu familia.
Yo, la imagen más agradable que recuerdo de tu Madre es en el sofá de tu casa, recortando artículos de periódico y clasificándolos por temas para tí. Tu Madre era GENIAL.
Con tanto material como tienes, así no se te escapa nada.
Besos y descanso veraniego.
Gracias Eva, tener lectoras tan fieles como tú me da ánimo para seguir.
En cuanto a mi madre, siempe me he considerado especialmente afortunada por la madre que he tenido.