Capítulo 26

Madrid fue un vaivén de visitas. La mayor parte de la familia vivía allí, así que vimos a innumerables parientes. Por primera vez para mí, a la tía Pilar y sus hijos y sus nietas, quizás también a la tía Rosario, ambas hermanas de mi abuela Julia, es decir, aquellas niñas que llegaron en barco a Nador con una reata de merinas y que siguen constituyendo la trama ordenadora de nuestra familia.

Supongo que también veríamos al tío Eusebio y la tía Tere, pero no lo recuerdo, quizás porque ya los había visto antes, no eran novedad.

Pero la visita que más me quedó en la memoria fue la que hicimos a la familia de la novia, la familia de la que se convertiría en mi tía Merche. Recuerdo aún hoy el sonido de nuestros pasos subiendo la escalera, el sonido de nuestros pasos sobre la madera. Era una casa antigua, cerca de la Puerta del Sol, y yo nunca antes había subido una escalera de madera. Me tuvieron que explicar que ésa era la razón por la que nuestros pasos hacían un ruido al que yo no estaba acostumbrada.

Y luego estaban los primos, los hijos de las primas de mi madre, los de Piti, a los que no conocía; pero sobre todo los de las primas Maroto, Mary y Carmen, con los que había jugado años antes en Tánger y Tetuán y que ya por entonces vivían en Madrid.

Los hijos de una de las primas de mi madre, Piti

Y fuimos a columpios y ferias, y tomamos helados y granizadas. Pero a pesar de todo, lo que más recuerdo es el calor, dar vueltas en la cama sin conseguir dormir, la cama caliente, la almohada caliente, y aunque le daba la vuelta, enseguida volvía a estar caliente. Y recuerdo que descubrí que el suelo estaba fresquito y que tardaba mucho en calentarse. ¡Qué bien, allí por fin podía dormir! Y mi madre que me recogía ya dormida por miedo a que cogiese frío.

Es curioso, parecen más recuerdos de vieja que de niña. Creo que, en parte, la mala construcción de aquellos pisos de Moratalaz, los pisos del desarrollismo español, de techos bajos y paredes de papel, tuvo la culpa.

Moratalaz actual, sólo cambian las ventanas

Pero el calor debía ser realmente especial porque toda la familia lo recordó durante años: “¡Pero, por qué se casaron el 15 de agosto en Madrid!” decíamos siempre, aunque sabíamos la respuesta: “Porque la tía Merche era muy madrileña y quería casarse el día de la Virgen de la Paloma”.

Lo cierto es que fue un viaje accidentado.
Mi padre llegó el mismo día de la boda. Habían quedado en que iría a casa de la tía Mary, y de allí, con ellos, hacia la iglesia.
Pero se equivocó de dirección, era en la Avenida de Valladolid y él se confundió de ciudad. El caso es que no
apareció a tiempo -¡no había teléfonos móviles!- y se perdió la boda de Federico.
Era un poco despistado, y ésta no sería la única vez en que se nos se perdió.

De la boda no recuerdo nada, lo que he visto en las fotos y algunos juegos con los primos por debajo de las mesas.

Por fin volvimos a Tetuán. Mi madre, mi tía y mi abuela tuvieron que meterse en la cama nada más llegar, tenían una faringitis aguda de tanto tomar cosas frías, decían.

Y mi padre no pudo ni siquiera prepararles un vaso de leche caliente porque nunca supo encender el fuego de la cocina (que ya era de gas, abrir el botón y poner una cerilla).

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