Mientras mi madre trabajaba en un sitio y otro, mi tío Fernando, un año mayor, también lo hacía, pero él al mismo tiempo estudiaba bachillerato. Lo hacía en una academia particular (así las llamaban), pues en Tetuán no había instituto. No sé cómo se las arreglaron, quizás algún familiar o algún amigo lo pagaba, el caso es que hubo dinero para el chico pero no para la chica, a pesar de que mi madre era, por lo menos, tan brillante como su hermano.
Fernando empezó a trabajar con catorce años en el Banco Hispano-Americano, en el que seguiría toda la vida hasta llegar a Subdirector General. No empezó de botones como otros hombres hechos a sí mismos, porque ya tenía el bachillerato elemental y eso en la época era un grado, pero sí es cierto que empezó desde abajo y llegó casi hasta lo más alto, sólo le faltó un escalón, quizás por falta de cuna.
Mi tía Julia también dejó el colegio con catorce años, en su caso para ayudar a su madre a llevar la casa. En aquella época mi abuela estaba mal de salud y lo “normal” fue que la hija se quedase con ella. Sólo muchos años después empezó a trabajar, ella también, en Torres Quevedo.
Finalmente, Federico, el pequeño de la familia, también estudió bachillerato, al mismo tiempo que trabajaba desde los catorce años. Y, en algún momento, ingresó en la empresa Torres Quevedo, creo que como delineante.
En Torres Quevedo también entró mi padre -“se colocó” como entonces se decía-, primero en Larache, ciudad en que había hecho el servicio militar, y después en Tetuán.
Mi padre entró de peón, no tenía estudios, su trayectoria no daba para más, la guerra en el lado equivocado, el campo de concentración y una larga mili en la Legión. Pero fue escalando puestos hasta llegar a ser el responsable de trazar el tendido telefónico que, por primera vez, iba a cubrir toda la ciudad de Tetuán. Da idea del orgullo que sentía por ello la anécdota que contó muchas veces: un día, hablando con su jefe, medio en broma medio en serio le dijo “El próximo director general de Torres Quevedo seré yo”, a lo que su jefe contestó “Hombre, Manolo, antes que a usted me tocará a mí”. Y mi padre, sin modestia y sin pudor, replicó “No, porque usted entró ya de jefe, y sólo ha subido un escalón, mientras que yo entré de peón y en pocos años ya soy jefe”.
En Torres Quevedo se conocieron mis padres, justamente diseñando el recorrido de las líneas telefónicas por toda la ciudad de Tetuán. Años después, cuando yo era pequeña y mi padre no trabajaba ya en la empresa, en nuestros paseos de los domingos me iba señalando por dónde pasaban las líneas de teléfono. Lo recuerdo especialmente por la parte antigua de la ciudad, lo que existía antes de que llegasen los españoles, quizás porque inconscientemente (tenía yo cinco o seis años) percibía un contraste entre lo antiguo de esos barrios y una cosa mucho más moderna como el tendido telefónico.

Mi padre y mi madre, junto con su jefe, además de diseñar el trazado de las líneas también atribuyeron los primeros números de teléfono: para el jefe el 1234, para mi padre, que entonces vivía en una pensión, el 2345, y para mi madre el 3456. Este número lo tuvimos en casa desde el año cincuenta y tantos (o quizás fue cuarenta y muchos) hasta hace relativamente poco, cuando mi madre, quizás ya con la cabeza un poco ida, tuvo un problema con la factura y perdió el número. Le habían ido poniendo prefijos, pero para los tetuaníes seguía siendo el 3456.
Interesante cómo se conocieron tus padres en la empresa Torres Quevedo. Y también me ha llamado la atención la secuencia de los números de teléfono.
!Qué buena memoria tienes¡
Seguimos esperando capítulos y deduzco que tu tía Julia estudió Enfermería de más mayor , tras cuidar de su madre y se saldría también de Torres Quevedo.
En general fueron años muy duros y eso que en marruecos se vivía mucho mejor que en España entonces.
Era la mentalidad , y si para cenar solo había un huevo….. se lo comía el Padre.