Curiosamente, aunque todas las hermanas Álvarez Portal se casaron en Tetuán, donde el grueso de la colonia española era de origen andaluz, ellas eligieron en todos los casos a hombres del norte de España. Lo mismo ocurrió en la siguiente generación, y tanto sus hijas como sus hijos, aunque en muchos casos encontraron pareja viviendo en Marruecos, también se casaron con quienes habían nacido o tenían su origen en el norte de España.
Era ésta una característica que se destacaba muchas veces en la familia, como una simple coincidencia. Pero pensando en ello, mi hermano Sergio y yo, que hemos acabado viviendo en Andalucía y hemos conocido mejor la idiosincrasia de su gente, nos hemos dado cuenta de que la distancia entre la sequedad del carácter castellano y la forma de ser de la mayor parte de andaluces y andaluzas debía ser difícil de saltar. Dicen que inconscientemente elegimos pareja entre quienes más se parecen a nuestra familia de origen. Esto debió pasarles a casi todos los miembros de la nuestra.
Pongo como ejemplo el caso de mis padres. Mi padre había nacido en Asturias, había perdido a sus padres en la guerra y sus hermanas se habían exilado. Llegó a Marruecos solo, a hacer la mili, y aquí se quedó al terminarla porque aquí encontró trabajo. Conoció a mi madre en la empresa Torres Quevedo, y algún día ella lo invitó a merendar en su casa. Hasta aquí lo que me contaron. Pero yo me imagino que, con independencia de lo mucho que le gustase mi madre, cuando mi padre entró en aquella casa y se encontró con mi abuela materna se debió sentir en su casa: una señora que hablaría como su madre (al fin y al cabo sus pueblos de origen no distaban más que unos pocos kilómetros), sería más o menos seca como su madre, y que además era roja, muy roja, como su madre. Y la adoptó junto con el resto como a su nueva familia: su suegra, sus cuñados, los primos, los tíos. Para todos ellos Manolo era uno de la familia.
Pero a pesar de ser secos castellanos sabían pasárselo bien. Los recuerdos de mi madre, de su hermana Julia, de sus dos hermanos, de las primas Maroto, que es con las que he tenido más contacto, siempre eran gozosos y me han contado muchas anécdotas.
En algún momento vino a sumarse a la familia el hermano pequeño de mi abuelo Fernando, el que se convertiría en el “tío Eusebio”. Era mucho más pequeño, llegó a Tetuán cuando tenía unos doce o trece años, a vivir con su hermano, que ya estaba casado y tenía su primer hijo, también Fernando. Conozco las fechas más o menos exactas porque mi madre contaba que cuando ella iba a nacer, a Eusebio, que entonces tenía catorce años, lo mandaron a casa de algún familiar para que no estuviera durante el parto. Lo mandaron con algún engaño y a la vuelta le dijeron que la cigüeña «había dejado a Milagritos». Y él se lo creyó, porque a pesar de sus catorce años era muy inocente. Más tarde, cuando se reían de él, su propia inocencia lo avergonzaba y decía que en realidad había disimulado.
Eusebio se convirtió por lo tanto en una especie de hermano mayor para mi madre y sus hermanos, también para los primos Maroto que vivían debajo. Como era muy alto y fuerte podían organizar juegos que sin él no hubiesen sido posibles, los subía por los aires, los colgaba del dintel de las puertas, en fin era parte fundamental de la diversión.
Sin embargo, no creo que participara en una de las travesuras más sonadas. Se acercaba la navidad y habían estado preparando los dulces, que entonces eran todos caseros. Eusebio era una pieza básica porque con la fuerza que tenía era el que se ocupaba de amasar. A la espera de la llegada de las fiestas guardaron los dulces bajo llave, en una cómoda. Con tanto niño había que ponerlos a buen recaudo. Pero el día en que abrieron el cajón descubrieron que ya sólo quedaba como la mitad de lo que habían hecho. ¡Ay los niños! Habían aplicado su inteligencia, habían descubierto que, aunque el cajón estuviese cerrado con llave, si quitaban el de encima podían acceder a los dulces. Hoy cojo uno, nadie se va a dar cuenta. Se lo digo a mi primo o a mi hermana, que coge otro, que nadie se va a dar cuenta. Y así, en cadena, hasta que dejaron el cajón a medias, uno de esos profundos cajones de las cómodas antiguas.
Milagros, me has dejado asombrada con la historia de tu familia contada en capítulos. No sólo la historia en sí, que me parece sorprendente y no la conocía, sino también la forma de contarla, de manera ordenada e intercalando anécdotas interesantes y emotivas que recuerdas fielmente.
Enhorabuena por expresar en papel la historia familiar y gracias por compartirla.
Espero ansiosa los capítulos venideros.
creo que debías contar algo de la viada de tus padres ya adultos y la importancia que tuvo sobre todo tu padre en la vida social de Tetuán y alguna anécdota de sus muchos amigos marroquies.