¡Cuántas preguntas surgen en cuanto empiezas a poner en papel los recuerdos propios y ajenos! ¿Qué pasaba en Nador, qué había allí en aquel momento para que el abuelo considerase que “faltaba carne” y que era un buen negocio llevarla hasta allí? Recordé una pequeña novela leída hace unos años, El vengador del Rif, de Fernando Marías, que me descubrió la presencia española en Marruecos antes del “protectorado”, la presencia, digamos, organizada.
También volví a buscar en internet al hijo pequeño de los abuelos, el único varón, cuyo nombre, Manuel Álvarez Portal, ya había encontrado en alguna ocasión anterior. Esta vez caí sobre una necrológica en el El Socialista Español de 27 de junio de 1947, periódico publicado en París. Se destacaba la muerte del periodista de «la tuberculosis contraída en la vida azarosa y miserable que han llevado los refugiados españoles en Francia» tras su huida al final de la guerra civil.
No recordaba este hecho, no sabía dónde había muerto ni cuándo, aunque sí sabía que había muerto joven. El “tío Manolo” siempre había sido una figura remota. Había sido periodista, había sido rojo (como gran parte de la familia), se había exilado a Francia, había muerto joven. Pero también había sido el niño mimado de la abuela Matea y recuerdo a mi madre contando lo que le habían contado: la emoción de su abuela cuando su marido llegó a casa diciendo que había pagado la redención de su hijo para que no fuese a la guerra. Sería la guerra del Rif, de la que suponemos algo sabrían en Tetuán, aunque tampoco fue nunca un tema del que se hablase en casa.
Volviendo a la línea original de este relato, estábamos en Nador, donde había desembarcado toda la familia junto a las merinas y en donde debieron vivir dos o tres años, porque la siguiente etapa del relato que yo conozco es que la familia llegó a Tetuán en 1912, quizás acompañando a las tropas españolas que tomaron (más o menos pacíficamente, no lo sé) la ciudad. Mi abuela, que para entonces ya tenía 12 años, siempre contaba que por las noches se cerraban las puertas de la muralla, pues entonces toda la ciudad de Tetuán cabía dentro de la muralla, que seguía en uso. Y también contaba que la ciudad era bombardeada “desde el monte de enfrente”.
Sólo existía por lo tanto lo que hoy conocemos como la medina qadima, la ciudad antigua, y allí se instalaron los españoles que llegaron, que no serían muchísimos pero sí suficientes. ¿Qué pasó?, ¿cómo se acomodaron? ¿Se expulsó a parte de la población de sus casas?, ¿se les obligó a albergar a los españoles que llegaban? Tampoco de esto he tenido nunca noticia.
Sí sé que la familia vivió entrando por Bab Tut, lo que los españoles dieron en llamar “Puerta de Tánger” si no me equivoco. Y que enfrente, al salir por esa puerta, el abuelo tenía un terreno, y en él un establo, donde dormían las merinas. De allí fueron evacuados (el abuelo y sus merinas) para construir el dispensario, edificio que todavía existe, con la misma arquitectura “neo-árabe” del Ensanche, aunque con el nombre más actual de “Centro urbano de salud”.

Las merinas estaban presentes en las historias de mi abuela. En particular señalaba como uno de sus placeres infantiles el beber la leche caliente directamente de las ubres de las ovejas, metiéndose debajo.
Muy bonito lo que escribes querida Milagritos. Animo. Esperando con impaciencia tu próximo capítulo. Mariam,hija de Umkeltum de Tetuán.